Una botella de agua en el desierto: Primera Parte

Imaginemos por un momento una habitación iluminada únicamente por un tragaluz que entre sus rayos tenues revela un estante lleno de películas, libros y muñecos, muchos muñecos coleccionables de series, caricaturas y de filmes que fueron un parteaguas para la cultura popular.

En esa misma habitación se asoma un curioso caos, como el caos que acompaña siempre a cualquier artista, de donde emergen pinturas de gatos, concheros y alienígenas, acrílicos empolvados y guitarras que están siempre en movimiento…

Abel Benítez Figueroa es uno de los artistas visuales y multidisciplinarios más destacados de Tlaxcala. Su trayectoria se conforma de un registro pictórico hecho de componentes cotidianos, y de la cultura popular, que fueron devorados y vomitados en una inusual amalgama de colores fluorescentes y formas distópicas.

Asimismo, tras su viaje desde el imperio de la Ciudad de México, por aquel entonces llamado DF, hasta la lejana galaxia de Tlaxcala, Benítez Figueroa encontró en la tierra del pan de maíz un exótico mundo que retrató en pinturas y que le dio las bases para los que serían sus más importantes proyectos.

Quienes lo conocen podrán constatarlo como un hombre pasivo -quizá demasiado-, un tanto introvertido, distraído, fanático de los ‘funkos’, amante de los Beatles y Radiohead, del reggae y la música rara, un poco obsesionado con los gatos y la sabiduría ‘Jedi’.

Abel es un enigmático personaje cuyo carácter más distinguible, por los siglos de los siglos, es aquella espesa barba que adorna su personalidad sigilosa; es un sujeto cuya nomenclatura de ‘artista’ rechaza tan repetidamente como el numero de veces que suele contar la misma historia.

He aquí pues, sin tanta fanfarria o pomposa introducción, una pequeña ventana que el profesional del arte nos abrió para ahondar más en su persona; en lo que es, en lo que quiere, en lo que busca y, sobre todo, compartir aquello en lo que cree que es su más ferviente apuesta por un cambio social: la educación.

D de Diego Rivera y Desiderio

La primera vez que llegó a Tlaxcala, en un muy, muy lejano 2005, venía de la mano de la que ahora es su esposa, Eliza. Visitaban con frecuencia la imprenta de su suegro donde conoció a escritores como Efrén Minero, Iván Farías, Gabriela Conde, etc.

En aquel entonces, aún con los ideales del muralismo y la mexicanidad frescos en su conformación como artista emergente, se topó por casualidad con la obra maestra de Desiderio Hernández Xochitiotzin; aquellos imponentes murales tatuados dentro de lo que fuera alguna vez la Casa de Cortés que narran la versión de la historia que da identidad a lo que los tlaxcaltecas llaman, la “tlaxcaltequidad”.

Ese momento contemplativo le remitió íntimamente a lo más profundo de su infancia, a aquel día de excursión donde su maestra del kínder lo llevó a ver las ofrendas en honor a Diego y Frida que realizaban en el Anahuacalli, en su natal Coyoacán, y en la frase que le marcó de por vida.

“Ella me dijo: ‘Mira, tú vas a ser artista, vas a ser igual que Diego Rivera’. Después vimos una foto en tamaño natural y pensé ¿ese es Diego Rivera? ¿Voy a ser como él, así de gordo y con ojos saltones?” (se ríe).

Me impactó ver las calaveras de azúcar, los tapetes de aserrín colorido. Todo el color de lo que significaba la muerte (…) Eso se quedó en mi subconsciente y parte de lo que es mi obra está implícita la muerte”.

Abel Benítez y las figuras de acción que trajo de un viaje a Japón. Archivo, 2018 | Cámara Oscura

Imagen Mutante

¿Qué hacías antes de que llegaras a Tlaxcala?

“Mi vida se dividía en varios momentos simultáneos, pero que por alguna razón no los conjugaba. Por un lado, estudié en la Escuela de Iniciación a las Artes Visuales, que en ese entonces era parte de “Bellas Artes” y después entré a estudiar la carrera de Artes Visuales en La Esmeralda. Mientras estudiaba artes tocaba en un grupo de música Reggae y en otro de música más experimental que se llamaba Canaima.

Por otro lado, también me dedicaba a los cómics. Tenía un grupo de cómics y me juntaba con un personaje de Tlaxcala, Arnulfo Santos, además de Roberto Estrada, “El Tigre”. Nuestro grupo se llamaba Saturmim Comic’s. Nos presentamos en algunas convenciones de cómics que había en la Ciudad de México y en otras partes de la República Mexicana.

Esas tres etapas de mi vida fueron definiendo lo que fue mi obra plástica, lo que quería hacer. Supongo que era una persona diferente. Cuando iba a las convenciones era más un nerd o un friki, o algo así. En la escuela de arte no entendían cómo me expresaba en la pintura; me decían ‘no entiendo qué estás pintando, Abel’.”

¿Cómo tú podrías definir a tu propia técnica?

“A mi técnica la llamé como ‘Imagen mutante’. Eran unas pinturas, en ese entonces, extrañas, ahora es muy común que todos hagan ese tipo de pinturas. Durante ocho años estuve enfocado a un formato y la temática de la globalización y el muralismo mexicano.

Descubrí cómo después de la revolución empieza el nacionalismo, ‘La mexicanidad’; este México que transmite el cine mexicano o los murales que es un poco fantasioso. Por ejemplo, los alcatraces que pinta Diego Rivera son de Sudáfrica o Frida Kahlo, que es la representación de lo mexicano, era mitad alemana y mitad mexicana. Entonces ahí hay unas hibridaciones muy interesantes. Hay un choque de cultura todo el tiempo.

Entendí que México forma parte de un proceso que sí existe pero que a la vez se va nutriendo del mundo. Eso es lo que me llamaba la atención y coloqué en mis pinturas. Fue retratar una realidad que tiene que ver con lo que somos y como construimos lo que somos a partir de lo que absorbemos de otras culturas”.

Anécdotas chuscas del arte como forma de supervivencia

Aquí hacemos una pausa para contar una anécdota chusca, increíblemente innecesaria de contar por aquello de los tiempos de los internautas.

Durante su época de estudiante, Abel se la pasaba haciendo caricaturas mientras viajaba en el metro de la Ciudad de México y siempre llevaba su libreta de dibujo consigo. En esa época, sus amigos y él habían quedado con un tal “huesos” quesque les iba a vender unos aerógrafos bien chingones allá en Tepito. “Habíamos juntado todos nuestros ahorros para comprarnos esos aerógrafos espectaculares que dijeron que nos iban a vender.”

Aquel día extraño llegaron a las exóticas calles de ‘Tepis’ preguntando por el susodicho hasta que un sujeto malencarado los amagó en silencio. “Entonces se me ocurrió voltear y vi que no era una invitación”, externó Abel con una sonrisa nerviosa en su mirada.

Junto con otro sujeto, los condujeron por un laberinto interminable de vecindades, bodegas y pasillos repletos de diableros, hasta llegar a una casa de Infonavit donde un tipo los aguardaba acompañado una particular chica punk. El sujeto los interrogó…

“Se tomó su tiempo (…) se preparó sus líneas de coca y así, con su cara toda temblorosa y llena de polvo, sacó su pistola y nos dijo ‘no pues, ya se los llevó la ching***’ (pausa dramática) y entonces pensé ¡no, pues ya fue! La chava que estaba allí decía ¡échatelos, chíngatelos! Hasta que mi amigo le dijo que éramos artistas y le mostró los dibujos que veníamos haciendo en el metro.

El tipo se sacó su cartera del bolsillo y nos pidió que dibujáramos un retrato de su sobrino. Mi amigo, con las manos todas temblorosas, hizo unos trazos y luego yo hice otros. Total que terminamos haciendo el retrato como pudimos, con los nervios que teníamos, y al verlo cambió su actitud.

Como que hay cierto aprecio hacia los artistas en Tepito y ciertos códigos que no sé hasta qué punto son éticos, entre la forma tan violenta en que suceden las cosas en Tepito (…) El chiste es que nos preguntó ¿qué quieren? ¿tachas, mota, coca? Lo que quieran. Sírvanse.”

El sujeto, cuyo nombre nunca supieron, les comentó que al “huesos” lo habían entambado y pidió que los escoltaran a la salida por una ruta más breve que al principio. Los secuaces se despidieron de ellos cual camaradas de antaño. “De alguna manera a los artistas los respetaban, no sé si todavía, pero eso nos salvó. El arte te puede salvar de muchas formas.”

Astronauta

¿Como surge esta necesidad por ser un artista multidisciplinario?

“En el 2013 uno de mis estudiantes me invitó a participar en San Idelfonso en un concierto de Arte Sonoro. Si bien antes había trabajado esas experiencias, nunca lo había hecho con otras personas. Había una búsqueda en mi trabajo, multimedia, sobre todo, de combinar la música con la imagen… de echar lo que estaba separado en una licuadora y sacar algo diferente.

Después comencé a trabajar con gente que se dedica a la ingeniería de audio, al teatro, a la música, el diseño, fotografía, a otras disciplinas que no necesariamente tienen que ver con lo que yo hago. A partir de trabajar de manera colaborativa con otras personas se afianza y se nutre bastante un proyecto.

Justamente ¿Qué lenguajes has encontrado en todos los medios donde te expresas?

“A partir de que empezamos a hacer los proyectos, Teresa Negrete me invitó a dar una charla en una Maestría en Morelos, porque me decía que todos mis proyectos tenían que ver con la intervención psicopedagógica… yo ni sabía que era eso.

De pronto, verme inmerso en la pedagogía me dio muchas herramientas. Después ya hice una maestría específica en pedagogía que ha ayudado a nutrir mi metodología, no solamente en cuanto generar piezas artísticas, sino también en la enseñanza del arte.

Entonces al trabajar en colectivo, si bien no teníamos estas metodologías, ya teníamos la práctica y lo aplicábamos sin querer. Teníamos un proyecto de arte sonoro para niños que se llamó ‘Salida de Emergencia’, en el cual diseñamos una forma de detonar en los niños imaginarios que rompieran con las narrativas tradicionales del cine y la televisión.

Nosotros ideamos formas para detonar las experiencias sensoriales donde cada niño armaba su propia historia a partir de los sonidos y de las imágenes que los bombardeaban… Eran cosas así super locas que a los niños les encantaba y que los adultos decían ‘¿Qué es esto? Explícame qué es porque no lo comprendo’.

Eso lo logramos gracias a trabajar en conjunto, entonces ahí me di cuenta de lo poderoso que es trabajar de manera interdisciplinar.”

La inmensidad

¿Cómo insertas todas estas narrativas en Inmensidad?

Es bien interesante [porque] a mis estudiantes siempre les digo que partan del origen, de ahí viene lo original en tu obra. A partir de esta reflexión del ‘de dónde vengo, qué es lo que quiero y hacia dónde lo quiero proyectar’ nació la idea del panteón.

En el panteón de La Candelaria Teotlalpan es de los pocos que tienen tantos árboles enormes, además hay una metáfora de que ‘por cada tumba nace un árbol inmenso’. Inmensidad… Estamos conectados con el todo.

A partir de ganar una beca, hicimos una interfase con una planta. La beca consistió en llevar el proyecto a las escuelas y utilizar una de esas plantas que agarran a balonazos cuando salen al descanso y decirles: ‘esto es un ser vivo y puedes dialogar con ella’. Fue un éxito rotundo en todas las escuelas [pero] la beca terminaba en noviembre y quise que finalizara con algo grande que se hiciera en el panteón.

Siempre que intervienes un espacio irrumpes con la comunidad. Para el panteón tenía miedo de que me dijeran que no porque era una locura. Ya de por sí entrar a las escuelas, sobre todo a las primarias, era así como ‘¿qué? ¿Qué se comunican con las plantas?’ y nos veían todos barbudos y [pensaban] no pues, estos se comunican de otras maneras…

Insertarnos en la comunidad era muy importante. Ya teníamos otros proyectos donde llegábamos e irrumpíamos, porque de cierta manera afectas el espacio. Yo quería que no afectara tanto pero que, a la vez, sucediera algo.

Creo que con ese proyecto sucedió, hubo un cambio en la comunidad y se logró insertar la tradición del ‘día de muertos’ con las nuevas tecnologías.

La tecnología era el pretexto para acercar a la gente a la naturaleza, a tocar una planta, ver una planta, abrazar un árbol; estar en un panteón y saber que vamos a morir porque la muerte está ahí, pero pareciera que está oculta. Es entender que somos parte de todo, que volvemos a la tierra y que generamos otro tipo de vida, porque nos excluimos de eso, nos sentimos como dioses alejados de todo.”

Da Vinci

A parte de Diego Rivera ¿has tenido otras influencias en tu vida como artista?

“Cada etapa voy cambiando mis creencias y los personajes que me van influenciando. En este momento es Grace Quintanilla, por ejemplo. Ahora que estoy en la Colmena me he enfocado mucho en el trabajo que hizo ella, tanto como artista como gestora cultural y todo lo que creó a partir de estas dos cuestiones.

Esto tiene mucho que ver con una teoría que estoy haciendo de ¿Por qué los artistas o alguien que tiene ese talento creador, no lo enfoca nunca a la humanidad?  Creo que solamente tuvimos un artista como lo fue Leonardo Da Vinci, pero más allá de él, toda la energía creadora de los artistas en la historia de la humanidad ha estado controlada… ¡Ay! ya estoy como en teorías de conspiración, pero siento que esa es mi teoría.

Los artistas pueden transformar a la sociedad (chasquea los dedos) muy rápido y de alguna manera los tienen contenidos en estos espacios de adoración, como lo pueden ser los museos, donde hay un culto al ego enorme.

Yo respeto mucho a los artistas que exponen en los museos o galerías, sobre todo porque eso es lo que querían hacer y les ha costado mucho trabajo llegar ahí, porque también los museos y las galerías son una especie de mafia y de control que deciden a quién legitimar y a quién no; quién es artista y quién no.

Entonces esta forma de legitimación y de control en los artistas hace que no se transforme la sociedad (…) no nos podemos dar cuenta que hay otras opciones.

Sobre todo, porque la mayor parte de la obra de los artistas tienen que ver con una introspección, ¿no?

“Sí, por eso es que tal vez ya no he metido tanto a la muerte [en mi obra], porque ha cambiado mi forma de ver el arte. De hecho, ya no pinto para estar en una galería, u obtener una beca, o quedar bien con esas cosas que me enseñaron en la escuela.

Lo hago de una manera más social, como para ayudar a algo y que ya no sea importante si sale mi nombre o no, porque desapareces y apareces como algo trascendental, donde no necesariamente te van a recordar o ver, pero que puedes incidir en la sociedad. Por eso es que creo mucho en la educación, porque la educación es eso, trasciendes a partir de otras personas.”

En este momento ¿cuál es tu objetivo como artista?

Pues, una, que ya casi no me considero artista, no lo sé, pero mi objetivo principal es seguir generando piezas, entre comillas. Por ejemplo, Inmensidad es una pieza que ya no siento que sea mía. Es una pieza que va creciendo y sumando a otros artistas y a gente de la comunidad. Lo que antes era una videoinstalación sonara para panteón se tornó en una posibilidad para muchas cosas. Es algo que va más allá, que tiene que ver con resignificar el espacio y la transformación de la comunidad.

Abel Benítezarteeducaciónpersonajes