Una botella de agua en el desierto: Segunda Parte

Por aquella época en que nació estaba en auge la música disco. La onda sesentera que impulsaba una contracultura anticapitalista se había esfumado con la separación de los Beatles. Comenzaban a surgir nuevas ideas repartidas a las masas de jóvenes inquietos que veían en el punk otra forma de rebeldía antisistema.

En México, un año después de haber nacido, llegó al poder José López Portillo, un candidato antipático que ganó la presidencia gracias a que la oposición observara absurdo apostar por una “democracia” falaz que se heredaba a las fauces del pueblo.

Unos años antes, en 1971, había ocurrido otra masacre de estudiantes en un jueves de Corpus Cristi. La verdad se callaba a balazos, los gobiernos suprimían cualquier intento de subversión y en la memoria colectiva quedó impresa la intolerancia del Estado. Tres años después, Lucio Cabañas encontraba su fin, supuestamente en manos propias, tras varios años de guerrillas que encabezó por el derecho a la educación de su pueblo.

Durante su niñez observó al México, cada vez más globalizado, gris y sobrepoblado, desde el Anahuacalli, en la bonita delegación de Coyoacán, casi ajena a la estereotípica delincuencia, donde creció como un niño marcado por el arte, por Diego Rivera, por Tessek y Egon Spengler.

Podrán preguntarse en este punto ¿Qué tiene que ver una botella de agua con Lucio Cabañas? ¿o con Diego Rivera? ¿Quién rayos es Tessek? Parece absurdo quizá abordar temas que, en apariencia, no encajan con el personaje que es Abel Benítez, pero más adelante observaremos porqué fue importante presentarlos en esta segunda parte.

Revolucionario desde las hojas de papel

“De joven me clavaba mucho con lo que pasaba en el país. Siento que te acercas mucho a una ideología te envuelve y es muy fácil empaparte de rencor y odio. Ahí es muy importante porque aprendí que: Lo que dices debe de ser congruente con lo que eres y con lo que haces. Muchas veces uno dice muchas cosas, pero no las hace, entonces se vuelve una incoherencia ahí.

Podrás tener las mejores intenciones, pero si no sabes encaminar tu lucha para llevarlo más allá, te quedas en la mera resistencia. Esa es mi visión, estaré mal, pero creo que va más allá de resistir, tienes que llegar y ser más inteligente para hacer que las cosas cambien.

Justamente una maestra de historia en el bachiller me dijo: ‘Abel, tú no puedes cambiar al mundo. Lo quieres cambiar, pero no se puede, vas a sufrir mucho por eso’. No sé cómo me vería en ese momento. Pero sigo creyendo que sí se puede’ (se ríe).

Por ahí hay una frase, no la tengo muy clara, pero es como seguir al sol y pensar que en algún momento lo vas a alcanzar. Es parte de la utopía, pero yo creo que sí se puede. Pequeñas acciones hacen grandes cambios”.

¿Qué le dirías al Abel de hace unos años?

“Pues talvez como esta frase de Radiohead: Que seas un chico ‘cool’ y en el momento que empieces a perder tus ideales, que te lo digan y te alejes. En el momento en que ya no estás siendo coherente entre lo que dices y lo que haces te apartes de eso que estás haciendo”.

¿Te has cuestionado quién eres?

“Sí. Comencé a cuestionarme quién soy. Cuando doy una clase lo primero que les digo a mis estudiantes es que se cuestionen ¿Quién soy? El quién soy es muy importante, porque todo el tiempo estás cambiando y todo el tiempo eres una persona diferente, dependiendo tus contextos, tus circunstancias, y el estar consciente de eso te hace consciente de quién eres.”

¿Piensas que el arte tiene algún significado?

“Es una pregunta muy rara. Todo el arte significa algo. El arte siempre va a significar, cualquier objeto significa. Tal vez ahí sería como algo que mencionaba Taniel Morales. El arte es como una religión y vas a encontrar ahí lo que busques creer.”

¿Crees que el arte te ha dado algo?

“El arte me ha dado todo. Me he dado cuenta de que todos somos arte y que, así como comes también necesitas expresar lo que sientes, lo que tienes. Es una extensión de uno. El arte me ha dado muchas cosas, por eso que soy. Siempre que tu das algo, ese algo también regresa a ti”.

Sembrador galáctico de la trascendencia

En este punto de la historia tenemos que tocar un referente ineludible. El Taller de Iniciación Profesional a las Artes Visuales (TIPAV) surgió en el año 2006 como una opción para comenzar a profesionalizar a los jóvenes en el ámbito artístico.

Aquel sueño fue estructurado por Abel, quién había llegado casi un año antes a Tlaxcala, y dio nombre al TIPAV en honor al taller de iniciación a las Artes Visuales donde él estudió, con un formato similar dedicado a la enseñanza de la pintura, dibujo, escultura y grabado que sirviera de puente hacia lo profesionista.

El taller se logró establecer gracias a la gestión de Rosa María Lucio, quién también dio forma a aquel sueño naciente que terminó alojado al interior del Museo Miguel N. Lira, y duró ahí casi 14 años.

Durante esta época existieron también los comités consultivos de Tlaxcala, una especie de consejo compuesto por varios artistas (semiprofesionales) que al principio habían fungido como mediadores y gestores de los recursos públicos con el fin de crear cursos y talleres, otorgar becas y realizar concursos para dar premios que reconocieran el trabajo de los artistas de ese entonces.

Tienes 17 años viviendo aquí. Cuando llegaste a Tlaxcala ¿te sentías preparado para enseñar?

“Estaba medianamente preparado. Para ser docente tienes que estarte preparando y actualizando, es un aprendizaje constante. Me pasó algo muy curioso porque daba clases particulares cuando estaba en la Ciudad de México, entonces tenía cierta idea de cómo enseñar.

Vine a Tlaxcala a dar la materia del dibujo, pero justamente cuando iba a dar esa materia me rompí el brazo, me pusieron unos tornillos; entonces [me cuestioné] ¿cómo voy a enseñar a dibujar sin dibujar? Eso me ayudó bastante porque me hizo problematizar algo que, según yo, ya sabía, y que yo enseñaba haciendo (…) me hizo generar nuevas estrategias de enseñanza. Siempre aprendes cosas.”

¿Cómo consideras que ha sido la enseñanza del arte en Tlaxcala?

(Suspira) “Ha sido una lucha constante porque ha sido la unión de varias personas desde diferentes trincheras. Lo veo, por ejemplo, con Enrique Pérez en el taller de grabado, o lo que hicimos nosotros cuando se fundó el TIPAV, porque en Tlaxcala no había [escuelas], y me refiero solamente a las artes visuales, porque estaban los Comités Consultivos.

Los artistas de Tlaxcala no estaban profesionalizados, no existían las carreras de arte. Muchos de ellos estaban capacitados por gente que venía al Palacio de la Cultura a dar pequeños cursos, porque la visión estaba enfocada a cosas más ornamentales y más decorativas, y no tanto a profesionales en el arte.”

¿Consideras que ha habido avance en cuanto al desarrollo de los artistas?

“Pues es que es una cosa muy orgánica. De hecho, es una apuesta a lo que podría pasar. Sembré una semillita para que los estudiantes continuaran con este legado, y algunos lo hacen, otros no. Otros prefieren ir a Ciudad de México a continuar con su carrera, lo cual es muy respetable y bueno.

Por un lado, tenía esta ambición de ser famoso y de estar en las galerías, y por el otro estaba esta parte social que me ganó al final de cuentas.

Es como estar en una guerra. Vas haciendo soldados que te van a ayudar a construir más espacios.  Yo les decía a mis primeros estudiantes que va a llegar un momento en que me voy a sentar a comer palomitas y ver cómo se construyó todo este fuerte y qué [fue lo que] sucedió en esa guerra, dónde mi principal objetivo era darles las herramientas para que pudieran salir y luchar en ese mundo.”

¿Este avance ya ha tenido alguna repercusión?

“Sí, bastante. Los primeros tres años cambió radicalmente porque los [artistas] que estaban aquí tenían controlados todos los espacios. Todo lo que tenía que ver con premios, becas, estaba en un círculo muy viciado.

Entonces al mover todo eso, las nuevas generaciones comenzaron a, una, tener más conocimientos, a profesionalizarse, dos, a empezar a ganar los premios y comenzaron a desplazar a todas estas personas que ocupaban puestos pero que a la vez no dejaban que creciera y se expandiera la cultura y el arte.

Las becas se empezaban a quedar en los jóvenes y no en gente que solo se las iban turnando. Fue posicionarse en ciertos espacios, donde empezaron a ser seleccionados en bienales nacionales y en cosas internacionales.

El Museo de Arte de Tlaxcala abrió un espacio a las nuevas generaciones. Estuvo en su época de oro. Ahorita ha querido arrancar, pero no ha arrancado como lo fue. Es algo que se dio en conjunto, en el contexto, que hizo que se rompiera y que se pudiera crecer, porque después se volvió a contener y a hacer difícil [otra vez]. Se había crecido y llegado a un punto donde llegó este sistema y lo aplastó.

Se perdieron muchos espacios en el centro de Tlaxcala que eran importantes. Se fue el TEBAC, se fue el TIPAV (ahora convertido en la Escuela de Artes de Tlaxcala). Entonces la vida artística que se estaba gestando en el centro fue apagado y decapitado por llevarlo a un espacio lejano donde ya nadie podía llegar tan fácilmente.

Ahorita creo que es un momento importante para que vuelva a crecer. Hay como que muchas trincheras que están buscando generar cosas, siempre han estado ahí. Pero ahora es un momento donde se puede dar de nuevo un crecimiento importante.”

Si sembré bien la semilla

¿Has tenido complicaciones en tu vida como profesor?

“Mis mayores complicaciones no son enseñar, sino todo lo que está en lo institucional y que son cosas más administrativas. En general, algo que pasa con la educación es que se está volviendo muy burocrática porque buscan llenar a los profesores con, según esto, calidad educativa que termina ahogando a los docentes.

Ahorita lo hago, [enseñar], porque es algo que no te abandona. Podría no dar clase, pero lo hago porque me gusta, me gusta… porque ahorita, como está la cosa, es más como un servicio a la comunidad que algo que me deje un ingreso.”

¿Esto ha mermado tus deseos por enseñar?

“En algunas ocasiones sí, porque tiene que ver con los contextos también, y que no es culpa de los estudiantes, sino que es un problema más complejo que tiene que ver con lo económico, lo político, lo social.

¿Crees que has dejado de lado algo que te gustaba hacer por la docencia?

“Creo que más bien es una cuestión donde tú te vuelves anónimo. Es como cuando haces una pintura y aparece tu nombre, pero cuando enfocas tu trabajo en la enseñanza tu nombre se diluye y aparecen muchos nombres. Tu huella está ahí pero tu desapareces.”

A veces es bonito porque las personas con las que conviviste lo reconocen, pero hay otras que no, que prácticamente ese tiempo, esa energía que tu dispusiste en estar ahí con ellos, porque estas dejando parte de tu vida por estar con otras personas, a veces no lo valoran”. 

¿Te has sentido orgulloso de formar parte de quienes has enseñado?

“Sí, todo el tiempo. Cuando veo que ganan un premio o toman fotos chidas digo: ¡ay! … Me siento como pavorreal”.

Y la contraparte ¿alguna vez te ha decepcionado la enseñanza?

Sí. Cada generación es muy diferente. Tengo anécdotas interesantes, pero me voy a extender aquí todo el día contando esas anécdotas (se ríe).

Les comentaba [a los estudiantes­­] que la enseñanza era algo en lo que depositaba mi fe. Les preguntaba ¿creen que el presidente le interesa que estudien? ¿creen que al gobernador le interesa que estudies? al director de la escuela ¿le interesa que estudies? ¿a quién le interesa realmente que estudies?

Los chicos, así como que respondían, no pues… [Yo les dije] a los únicos que les importa y que están pagando porque estudies es a tus padres. Tal vez ellos ni alcanzaron a terminar la secundaria y se están rompiendo el lomo para que aprendas y no lo están valorando.

Las universidades cuestan, la educación cuesta, no es gratis. A ti no te está costando, pero todos como sociedad lo estamos pagando, y es un precio alto. El costo de cada estudiante en una universidad es elevado…

Terminé de decirles eso y uno alzó la mano y pensé ‘ay, ya van a participar’ y solo me dijo ‘¿ya nos podemos salir?’ (se ríe con tristeza). Entonces ahí me quedé como frustrado. Les dije bueno ya, se terminó la clase por hoy y todos se salieron.

El día estaba con un cielo azul, hacía calorcito, todo estaba bonito, pero yo me quedé sentado ahí muy triste. Solo se quedó una estudiante y me preguntó ‘profe ¿y usted en que cree?’, porque también les había dicho que no tenían ideales, que no tenían nada… No me había dado cuenta que se había quedado una persona y dije ‘bueno, por esto vale la pena’ (sonríe de nuevo)”.

¿Y eso es en lo que creías?  

“Sí ¿En qué creo? Pues en la educación”.

¿Crees que la educación te lleva a algo?

“Yo creo que sí. Es lo que ha llevado a la humanidad hasta donde estamos ahorita. Hasta incluso los guerrilleros como Lucio Cabañas decían que ‘más allá de tomar las armas, es con la educación con lo que vas a salir adelante’.”

¿Te arrepientes de haber tomado la decisión de enseñar?

“No. Mi papá siempre quiso que yo fuera profesor y sucedió de manera accidentada. Todo se fue dando de manera orgánica desde que llego a Tlaxcala, de alguna manera parto de profesores que me han enseñado y que esa semilla se tiene que ir compartiendo, y las nuevas generaciones también la tienen que ir difuminando.”

Justamente, la mayor parte de los docentes coinciden en que, los que fueron sus alumnos no solo se queden ahí, sino que también compartan lo que saben.

“Sí, justamente. Es como caminar en el desierto y dejar… dejar una botella de agua… (Se entrecortan sus palabras. Toma un momento y beber agua)

Ya se me salieron ahora sí las lagrimitas (se limpia las incipientes lágrimas de sus ojos con su cubrebocas).

Sí, es como dejar una botella de agua para los que vienen atrás, o sea, no sabes quién la va a necesitar. Es ayudarlos a pasar ese desierto y dejar algo para los que vienen, pero si no dejas una botella para los que están atrás, se va a decapitar todo, se va a perder.”

Abel Benítezentrevistaspersonajes