Caminar para vender artesanías, así es la vida de doña Cristina durante la pandemia

Ella se encontraba haciendo su habitual rutina de incansable caminata, se acercó a los automovilistas estacionados frente a una tienda de autoservicio para ofrecer algún arete o unos llaveritos o algo de su bolsita. Después de que, sin mirarle si quiera la cara, movieron la cabeza en señal de no, ella nos vio. Justo la íbamos a buscar, doña.

Cristina Sánchez es una artesana que se dedica a la elaboración de artesanías hechas de madera como bastones, aretes y llaveros alusivos al carnaval y a los cuatro señoríos, los cuales solía vender en los parques, plazas y mercados.

Antes de la pandemia, Cristina recorría el trayecto desde su natal Tizatlán hasta la capital tlaxcalteca, donde podía aprovechar un número mayor de compradores acaudalados y turistas que se aglomeraban en los restaurantes y parques, para venderles sus piezas.

Ahora con la contingencia sanitaria, y sin que sus casi 80 años se lo impidan, ella se limita a recorrer la distancia desde su casa hasta el final de la Avenida Juárez de Tizatlán, cerca de un conocido hotel, para vender todo lo que su bolsita de mandado y sus hombros puedan cargar.

Aunque en forma de chanza ella comenta que “se escapa de su casa” para poder ir a vender -porque sus hijos le han pedido no salir para no contagiarse de Covid-19-, ella refunfuña con humor e ironía que, si no sale a vender, no habrá nadie que le de para comer.

Y es que, como la mayoría de los adultos mayores en México, pese a tener hijos a Doña Cristina no le gusta sentirse una carga para su familia, y con cierta terquedad y temperamento impersuasible, “mientras tenga fuerza”, seguirá saliendo en busca del sustento para ella y su esposo.

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En este sentido, su autodeterminación por realizar la venta de artesanías, y una de las necesidades principales, es que su esposo tiene una condición que no le permite caminar de manera adecuada, por lo que el cargo de vendedora fue tomado por ella misma.

Aunque al principio ella y su esposo vivieron por mucho tiempo en Ciudad de México, pues su marido trabajaba en una fábrica, cuando la fábrica quebró ellos decidieron regresar a Tlaxcala, aunque tienen una hija que reside en la capital del país.

En busca de una oportunidad de sobrevivir, decidieron aprovechar aquellos conocimientos heredados por los tíos y abuelos de Cristina sobre el tallado ancestral de madera, tanto para la elaboración de máscaras de carnaval como los tradicionales bastones con detalles históricos, para venderlos como artesanías. Una actividad que recién comenzó hace 5 años.

Desde ese entonces su perseverancia, tanto al momento de vender como de perseguir a sus deudores, le forjó un carácter y una fama entre el círculo de restauranteros, políticos, personajes de renombre y los adinerados concentrados en la zona centro de la capital, que le conocen y aprecian.

No obstante, la pandemia no fue la única razón para alejarse de ese círculo y su habitual rutina, pues una operación que se realizó en julio del 2020, derivado de un golpe por caída, le impidió salir de su casa por casi dos meses.

Sin embargo, aquello no fue un obstáculo, pues pese a que no ha acudido a revisión -derivado de la saturación de los hospitales que atienden a pacientes enfermos de Covid-19, ella se dio de alta a sí misma y siguió con su rutina en la Avenida Juárez, donde al día puede llegar a vender hasta 400 pesos.

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Así, con el único añadido de llevar cubrebocas en todo momento, su uniforme aun consiste en portar la bolsita de mandado llena de llaveros y aretes, así como la armadura de bastones colgados de su hombro.

Cabe mencionar que la madera con que hace los bastones es de «palo dulce», de los cuales su precio va desde los 180 pesos, 200 hasta 600 pesos. La razón de dicha madera es que es más suave para realzar tallado y bajorrelieves, pues el Tlaxistle -madera usualmente utilizada para dicha actividad- es más delicada y difícil.

De esta forma, doña Cristina, una mujer curiosamente fotogénica, se despidió de esta entrevista informal para seguir su camino.

Texto: Melisa Ortega

Fotos: Noemi López / Melisa Ortega