Los dorados colores del otoño

Melisa Ortega. 14 de octubre 2020

El otoño es una de las cuatro estaciones del año que se caracteriza por la paleta de colores que la componen. Desde los dorados más tenues hasta los marrones más intensos, es el cambio del color en el follaje lo que anuncia la renovación en el ciclo de la vida de todos los seres vivos.

Sin embargo, pese a que estos hermosos colores son un deleite visual que embellece los paisajes, representan el ciclo adaptativo a que todo ser vivo se somete, tanto animales como plantas, en el que cada uno se prepara para la época del año más hostil: el invierno.

Es en otoño cuando los días se vuelven más cortos que las noches, lo que reduce considerablemente la luz que necesitan las plantas para realizar la fotosíntesis, un proceso químico en el que la clorofila -el pigmento por excelencia del reino vegetal- transforma la luz solar en energía.

Debido a esto la producción de clorofila de las plantas se reduce, lo que ocasiona ese cambio de color en los pigmentos. Es en este momento cuando los carotenoides cobran protagonismo y le dan al follaje ese color amarillento tan característico.

Los carotenoides son otra variedad de pigmento de las plantas que produce una paleta de colores amarillentos en la mayor parte de las especies de árboles. Por otro lado, existe otro pigmento llamado antocianina, el cual está presente en árboles como arces y robles, que produce otra gama de colores que van desde el rojizo hasta el marrón.

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En este sentido, otra de las gamas de colores que produce el otoño son los marrones intensos, sin embargo, esto ya no se debe a los procesos químicos de las plantas, sino a la muerte de su follaje.

Y es que, cuanto más descienden las temperaturas las reservas de azucares en las plantas se reducen, así que ya no son capaces de producir carotenoides ni antocianinas para protegerse de la luz solar.

Es en este periodo cuando los nutrientes dejan de llegar al follaje para preservarse en los troncos y tallos, por lo que las hojas empiezan a secarse y morir, adquiriendo un característico color marrón oscuro.

Este es un método que los árboles utilizan para sobrevivir las bajas temperaturas. La energía y nutrientes dejan de fluir hacia el follaje, sacrificándolo, para preservar al resto vivo.

Cabe mencionar que este mismo proceso se repite, por ejemplo, en el cuerpo humano.

Cuando una persona se expone a bajas temperaturas, sin que algún elemento externo produzca calor, la sangre deja de fluir a las extremidades –dedos, brazos y piernas- para preservar la energía y el calor en el dorso y la cabeza.

Este sacrificio otorga al cuerpo algunos momentos más de vida antes de sucumbir por hipotermia.

De esta forma, comienza el ciclo de cambio y renovación que, al final del invierno, trae de vuelta los colores verdes de la primavera y el verano. Vía: Muy Interesante