Voy a atreverme a decir que desde que nací, pude estar rodeada de fotos. Mi papá tenía una serie de cámaras fotográficas en su estudio, un tripié y varios flashes. La colección de fotos en los álbumes familiares va desde que tenía semanas de nacida hasta hace apenas un par de meses. Porque sí, aún con la revolución digital de la imagen, la nostalgia de mantener una imagen impresa en el papel hace que el registro de la memoria se vuelva irrevocable.

Mi papá es fotógrafo amateur. Es decir, un fotógrafo que hace foto por pasión, gusto o desahogo. De mi linaje paternal, la foto ha sido una constante desde mi bisabuelo, mi abuelo, mi papá y Fili.

Más aún, hay una poiesis cotidiana que la vida me permite ver a menudo: hacer fotografía.

Así como en el teatro, uno de los elementos que complementa el rito fotográfico es el mirar al otro. Y qué bonito-ya de entrada- es saber mirar. Porqué, ¿cómo guardamos un poco de la memoria que nos constituye sino es también por el registro fotográfico? Ahí, la mirada o no. Saber mirar o no. Hacer la foto o no, pero sí. Resulta que sí. Que aquellos-los otros- aceptaron la foto, cooperaron con la imagen, empatizaron con la mirada del otro. Sí, del que toma la foto. Así, como indicio de un acuerdo para construir la paz.

Suspensión del tiempo, registro de nuestras historias.

Más que hacer fotos, a mí me encanta ver a los demás cómo las hacen. Ahí está lo poiesis de la fotografía: mirar, imaginar los elementos juntos, crear una nueva realidad, enfocar la distancia a través de un ojo artificial.

Recordemos que la poiesis, es esta noción de saber hacer poesía. Quizá hacer foto, es otra manera de hacer poesía.

Y como cada composición poética, toma inspiración de la experiencia en todos nuestros sentidos que pueda guardar la cotidianidad. Tal como lo menciona Susan Sontag en Sobre la fotografía (1973): “Las fotografías muestran a las personas allí y en una época específica de la vida, de un modo irrefutable, agrupan gente y cosas que un momento después ya se han dispersado, cambiado, siguen el curso de sus autónomos destinos”.

Quizá, desde la cotidianidad en el inicio de los tiempos, lo que sucedió fue el placer de mirar, materializado varios siglos después a través de la luz para perpetuar la vida en el hacer la fotografía.