Carpas Bote, un ejemplo del legado familiar y de economía local de San José Atoyatenco

Carpas Bote es uno de los restaurantes de San José Atoyatenco que, al igual que casi todo el pueblo, su economía se sostiene con la venta de carpas a la leña.  

En la comunidad de San José Atoyatenco, un pequeño pueblo ubicado a las faldas de la zona arqueológica de Xochitécatl, se ubica un corredor de restaurantes que anuncian en sus letreros “carpas”, acompañados de un sobrenombre o el apellido de una familia.

Uno de esos lugares es “Carpas Bote”, que es una casa adaptada como restaurante. Al entrar, el aroma a pescado y leña, el calor que asemeja al ambiente tropical, así como la música añeja de principios de los 2000´s, provocan una sensación como de estar en un restaurante cerca del mar.

Aquí, Rosalío Quiroz Bote recibe a los comensales en su cocina de humo para que escojan la carpa que más apetezcan. Horneadas todas desde la mañana y formaditas una con otra, en una cama metálica suspendida sobre un cuenco lleno de leña y carbón.

El ejemplar más grande llega a pesar cerca de 5 kilos, ideal para ocho personas, pero también hay de tamaños más pequeños, todas de la especia llamada “plateado”, que a palabras de don Rosalío “es la mejor carpa”. Algunas llevan la cabeza, otras están descabezadas, pero todas van envueltas en un papel que luce chamuscado. A un ladito, en la zona menos caliente de la estufa de leña, está la codiciada hueva, arropada en aluminio.

Después de haber escogido su carpa, los comensales son guiados por su esposa, Isabel Corona, hacia las zonas donde se encuentran las mesas, una zona se encuentra cerrada y la otra abierta, adornada cual palapa.

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 La comunidad de San José Atoyatenco, del municipio de Nativitas, es conocida por sus carpas.  Existen poco más de diez restaurantes, donde la economía familiar se mueve principalmente por este sector.

Aquí, las familias llevan casi medio siglo dedicándose a la venta de carpas. Rosalío Quiroz cuenta que su familia se ha dedicado a la venta de estas carpas y que, pese a que la receta es sencilla y casi utilizada en todo el pueblo, sabe que su producto es de mejor calidad pues tanto el pescado que utiliza como la buena higiene garantizan gran sabor.

Comentó a este medio de comunicación que en Atoyatenco, a pesar de que su nombre en vocablo náhuatl significa “A la orilla del río”, el agua que por aquí transita no es suficiente para mantener una población de peces lo suficientemente grande para la demanda, pues el río está casi seco. Por ello, todos los ejemplares son conseguidos en Puebla.

Una vez conseguido el pescado, doña Isabel se encarga de darles sabor a las capas. Primero se les rellena con chile, cebolla y epazote, se sazona con sal y después se les envuelve en mixiote, un codiciado papel obtenido del maguey que le da un sabor único a la carpa.

Todas las carpas son preparadas desde la mañana, principalmente los jueves, y terminan de cocinarse al medio día, la hora en la que comienzan a llegar los comensales, que, cabe resaltar, provienen de otras comunidades de Tlaxcala, pero principalmente de Puebla, en específico de San Martín Texmelucan, y de Ciudad de México.

Cada ejemplar, cuando recién sale de la estufa lista para el plato, se acompaña con ensalada, limón y variedades de picante para dar más sabor.

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En este sentido, Rosalío Quiroz e Isabel Corona se sienten orgullosos de los productos que ofrecen, pues confían que los clientes se van satisfechos y que para un posterior antojo tienen un lugar a donde regresar.

Por otro lado, cabe resaltar que esta pequeña comunidad sí sufrió en gran medida los efectos de la pandemia, pues su principal fuente de ingresos es la venta de carpa. Cuando se decretó que todos los negocios cerraran, comentó Isabel, ellos se tuvieron que adaptar a estas medidas y buscar otras fuentes de ingreso.

Cuando comenzaron a abrirse de nueva cuenta los restaurantes y negocios, ellos también sufrieron el efecto secundario de la pandemia, la crisis económica, pues la mayoría de sus comensales ya no pudo pagar los precios antes manejados que eran desde 250, 300, 400 y hasta 500 pesos por el tamaño de cada carpa.

Con tristeza y con el entendimiento también de la circunstancia actual, decidieron rebajar sus precios, que, aunque no suele ser redituable, aseguran que el cliente volverá, pues la experiencia de comer carpas en este pueblo es única.

Fotografías: Alex Camargo