Los camoteros de Malacota

Los camoteros pertenecen a los oficios más memorables de México, pero también se encuentran a miras de desaparecer.

En cuanto la noche dejó caer su velo de oscuridad y la impaciencia de la ciudad se atenuó, unos chiflidos resonaron en el eco de la calma como una alarma que, para los que todavía conocen su sonido, anuncia el hambre y acarrea los recuerdos de historias añejas en las viejas ciudades retratadas en el cine de oro.

Allí, entre aquella confusión, el chiflido ensordecedor se atenúa y anuncia su proximidad. Detrás de la que fue la casa de Hernán Cortés, ahora llamado Palacio de Gobierno de Tlaxcala, se asoma un trío de pequeñas bestias que a la sombra de la noche parecen moverse solas mientras resoplan humo de leña.

Al concluir el grito agudo y metálico de las bestias de boca fuego, se vislumbran a los tres camoteros que empujaban a las pequeñas locomotoras desde la oscuridad de la calle.

Con la llegada de los camoteros y el eco del chirrido que aun prevalece tenue en la chimenea, se les acercan aquellos que alguna vez escucharon el sonido del camotero en sus barrios y comunidades, cuando todavía era más frecuente en el estado. Hacía muchos años, quizá casi una veintena, que no se había escuchado al camotero silbar.

A uno de los carritos llega una mujer que había estado recorriendo el parque adornado de luces navideñas; la Plaza de la Constitución parecía una pequeña villa solo avivada por la premura de algunos turistas que se tomaban instantáneas en los árboles y adornos más llamativos.

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Presurosa se acerca a pedir el manjar que desde sus tierras fuera de Tlaxcala añoraba, se asoma junto al carrito que lleva su caldera prendida y de cuya chimenea de lata brota un poco más de humo de leña.

La mujer pide un camote cubierto con leche condensada y aunque se fue repentinamente, regresa par pedir más dulce en su camote.

En ese momento, otra pareja se asoma también, está vez se inclinan por un plátano, otro de los manjares que lleva en su interior el carrito para evitar que la helada noche los enfríe…

Se dice que el origen de los carritos de camotes es un tanto reciente, aunque el Camohtli tiene herencia y registro como parte de la dieta de las antiguas culturas mesoamericanas, el carrito es un ingenio moderno que quedó grabado en la memoria de las generaciones que crecieron con el cine de oro mexicano, como un elemento que forma parte de una ciudad.

Sin embargo, es bien sabido que su consumo va en decadencia; el silbido popular de los manjares paseados entre las calles taciturnas es un eco que se ha ido olvidando con el tiempo, en Tlaxcala -en todo el estado de Tlaxcala- son ya poquísimos los lugares donde el camotero anuncia su andar.

Aunque en el estado más pequeño se ha visto mermado, el recuerdo se aviva mediante las tradiciones que heredan por gusto y por oficio las nuevas generaciones que residen en San Lorenzo Malacota, del Estado de México, dónde cerca del 20 por ciento de la población se dedica a la venta de camotes, es decir, poco más de trescientas personas.

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Aunque algunos de los carritos son elaborados en la Ciudad de México, algunos de los que acuñan este oficio en Malacota también elaboran sus propios carritos. Ellos utilizan cilindros de lámina galvanizada para resistir altas temperaturas, así como un tuvo que funciona como chimenea. Estos carritos tienen un tiempo de utilidad de 6 años, por lo que algunos optan solo por rentarlos.

Las llantitas tienen como fin deslizar el producto calientito hasta el consumidor que la requiere; dentro del carrito existen dos cajones, uno que funciona como horno para cocer la fruta y el tubérculo, y el otro para mantenerla caliente una vez que ha sido cocido. La chimenea evita que el producto quedé impregnado de humo.

El camote tarda cerca de hora y media en cocerse al vapor del agua que se aloja en un tanque del cual, al abrir su llave, se desprende el vapor que circula ferozmente hasta la abertura de la chimenea que lo expulsa produciendo ese silbido tan característico.

La nostalgia se presenta a través de un estruendo que silba más fuerte que el olvido.

Los camoteros de San Lorenzo Malacota reviven su tradición desde el año 2003 con una feria dedicada especialmente para ello, dónde cada año llegan a bendecirse hasta 150 carritos.

Previa e intermitentemente, los camoteros viajan a otros estados y hacen recorridos de varios meses para abastecerse de dinero, parte del cuál, al llegar el día tan esperado, gastarán para el festejo.

A Tlaxcala llegó un trío de ellos…

Miguel Ángel, Juan y Carlos llegaron a la pequeña ciudad colonial luego de haber estado un tiempo en Pachuca. Sus clientes preferidos son gente mayor que aún añora los años gloriosos de la cultura mexicana. Los tres se dedican por oficio, herencia y tradición a la venta de camotes.

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Aunque son jóvenes, portan con orgullo la historia que emana de su pueblo, llevado a lomos por un pequeño carrito que silba en la añoranza y que clama porque su recuerdo no sea olvidado.

Texto y fotos: Melisa Ortega