El organillero, aquel portador de un oficio añejo cuyo instrumento, que funciona por medio de una manivela, emite sonidos que evocan al recuerdo.
Escuchados sólo por aquellos que le añoran con nostalgia, su música impregnada de la vieja cultura mexicana acompañada de notas desafinadas por la antigüedad del instrumento, resuena una vez más por las calles de la ciudad colonial para desvanecerse entre las paredes y los pasos de la gente que, obligados a soportar su sonido astillero, huyen sin mirar a quién les pide una moneda a cambio de un poco de anhelo.
Es así es el ocaso del organillero, que como el amor por el blanco y negro, desvanece su eco de las calles como desaparece el último rayo del sol sobre el cielo.
Texto: Melisa Ortega // Fotos: ACA