Crónicas de un monumento errante

Errante, la palabra que la Real Academia Española define: “que anda de una parte a otra sin tener asiento fijo”, en este caso, la Plaza Bicentenario, el monumento anunciado hace años con pompa y ocio, sí está fijo, sin embargo, quedó sin propósito, establecido en el espacio de la urbe capitalina como un fantasma latente que recordaba el fracaso de gestiones pasadas.

Fue en el año 2009, hace diez años, cuando el antiguo gobernador de Tlaxcala, portador de un conocido linaje monopólico, anunció flamantemente la construcción de un monumento que prometía ser su más grande obra, la cual tan solo en su construcción costó 500 millones de pesos.

Ya en el 2011 la obra se había alzado sobre el espacio de la pequeña ciudad; blanco y de arquitectura estilo Mudéjar, con sus diez mil metros cuadrados que abarcaban el espacio anteriormente ocupado por la Secretaría de Salud y la Escuela Manuel Lardizábal.

Así pues, en ese año, casi a punto de que terminara la gestión de Héctor Ortiz Ortiz, y quizá con tal de asegurarse de que fuese terminada su magna obra, firmó un comodato con la Universidad Autónoma de Tlaxcala para que el entonces rector, Serafín Ortiz, se quedara con el inmueble.

Y es que, un año antes, fue electo como gobernador Mariano González Zarur, quien tiempo después habría de visualizar su enemistad con los Ortiz, pues ordenó al “Instituto Estatal de Protección Civil” clausurar la obra, que estaba casi a punto de ser terminada.

El argumento, que conmocionó a todos los pobladores, dentro y fuera de la ciudad, es que representaba un peligro para los ciudadanos por estar inconclusa -los rumores por aquel entonces eran de que había sido construida con materiales de mala calidad-, misma razón con la que se estableció que no debió haber sido entregada en comodato.

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La decisión de González Zarur fue el inicio de una serie de acciones del mandatario contra los Ortiz y la siempre estrechamente vinculada Universidad Autónoma de Tlaxcala, cuya enemistad duró los seis años de su gestión.

No sólo el inmueble había pasado por las manos del verdugo, sino que la guadaña también había cortado el cordón umbilical que vinculaba al inmueble con la ciudad de Tlaxcala y sus habitantes, quienes en lugar de enorgullecerse con el monumento prefirieron ignorarlo, verlo como una obra negra que estorbaba y con el tiempo se le conoció como el Elefante Blanco en lugar de Plaza Bicentenario.

Dicho lugar, que había sido planeado y diseñado para ser un gran teatro y complejo cultural, se convirtió en hogar de aquellos que lo usaron como basurero, sala de arte urbano y graffiti, hogar de la recreación insana, incluso para algunas actividades sexuales.

Durante mucho tiempo, estuvo en disputa la legalidad del comodato, pues el Poder Judicial de la Federación determinó que el inmueble sí le pertenecía a la Universidad del emblema de la garza, sin embargo, la misma en poco tiempo se hizo de su propio Centro Cultural, una de las obras más importantes de esta casa de estudios.

El tormento de aquel monumento errante, que no se decidía si pertenecer al estado o a la UAT, parecía haberse terminado, a principios del año 2018 el gobernador Marco Mena acompañado del director de Centros de Investigación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), Sergio Hernández Vázquez, realizaron una visita al inmueble.

Dicha visita dio una luz de esperanza para un nuevo propósito, el de establecer el Centro de Investigación e Innovación de Tlaxcala (Citlax), pues se evaluó y determinó que el inmueble estaba en perfectas condiciones para albergar a un centro de esa magnitud.

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Lo anterior quizá supondría un final de cuento para aquel pobre elefante, cuya tragicomedia ostentaba un guion lleno de tramas, intrigas y con un argumento que se contradijo mucho tiempo después gracias a la intervención del sucesor de Mariano, quien al final acabó – más bien no quiso seguir- con la absurda pelea.

Aun así, a paso lento, quizá los ciudadanos volvieron a dudar de que dicho elefante blanco dejaría de ser elefante, hasta que, a mediados de ese mismo año, después de pláticas y encuentros, se formalizó el proyecto al que se le destinarían más de 80 millones de pesos.

En ese lapso ocurrieron las “históricas elecciones”, el candidato dos veces defraudado que llegó al poder, esta vez acogido por el pueblo gracias a las “benditas redes sociales”, vislumbró una serie de cambios que no se tenían previstos.

Uno de esos cambios fue su recorte a los recursos que se destinaban a diferentes sectores, uno de las afectados fue la ciencia y la tecnología, qué si bien de por sí luchaba para poder hacerse tomar en cuenta, se las vio negras con este nuevo gobierno, y otra vez un manto de incertidumbre cobijó al elefante blanco.

Hasta el día de ayer, 26 de noviembre de 2019, pese a todo pronóstico negativo, se consolidó por fin la entrega del inmueble a la constructora encargada de remodelar las abandonadas instalaciones.

El monumento blanco, había sido tatuado con mensajes de amor y nombres de graffiteros; algunos de sus vidrios fueron rotos y bandalizados. En los pisos había eses que recién habían sido barridas y amontonadas. Las paredes tienen huecos destinados para ventanas y tomacorrientes.

Un tragaluz ilumina el interior del recinto, las escaleras y puertas ahuecadas forman una composición surreal cual pintura de algún artista famoso; el suelo tiene huellas humanas y las marcas en las paredes susurran historias con diferentes interpretaciones.

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La construcción asolada por el silencio comenzó a llenarse de sonidos, murmullos de los trabajadores alegres, taladros y pisadas.

El cuento del elefante errante parece llegar a su fin, pero la moraleja es que: No hay que adelantar la conclusión de la historia hasta no ver que ya se haya concluido.

FIN

Texto: Melisa Ortega

Galería: ACA // Melisa Ortega