Illaq Miski o el reconocimiento del mestizaje, la vulnerabilidad y la reivindicación del ser

Illaq Miski o el reconocimiento del mestizaje, la vulnerabilidad y la reivindicación del ser

Entrevista a Hilda Tovar Ventura, payasa originaria de Perú que viene a Tlaxcala para presentar su “Illaq Miski. Show Clown familiar” en el teatro Xicohténcatl el próximo 18 de agosto a las 6pm.

La luz del escenario se enciende, una mancha amarillenta ilumina la oscuridad en un círculo descrito sobre el templete, donde una pequeña figura resalta. Hilda, yace parada sobre el escenario vestida con una pollera negra, fondo blanco y un suéter rojo. Ella deja caer su mochila de manera suave y descuidada. A un lado, coloca una pequeña valija de cuero adornada con chambritas de colores y saca de ella un montón de cosas; hermosos ropajes coloridos, brochas de maquillaje, pinturas, pestañas postizas y otras cositas que quedan regadas sobre la madera.

«Es mi valija viajera -dijo ella-, cuando venía para México mi amigo Víctor [Lara] me dijo que aquí compraríamos otra, pero esta valija es de la suerte; la he llevado a todos mis viajes.”

Había colocado previamente una tela tejida en telar sobre la que se sentó. Mientras hablaba, tomó su maquillaje blanco y un pequeño espejo, y comenzó a trazar dos círculos alrededor de sus ojos y luego uno en su barbilla, usando su dedo como único pincel.

«Illaq Miski es una viajera -continúa ella-. Ha hecho shows en muchas ciudades como Cusco, Quito… Ha llegado incluso hasta Galápagos.” Mientras narra parte del viaje de su vida, un colorido, suave y pausado acento coqueto se asoma entre cada palabra. Una mezcla rara fruto del andar entre tantos pueblos andinos.

Originaria del místico Perú, lugar donde pasó la mayor parte de su vida, se formó como periodista, pero una llamada del arte y del teatro, a través de un taller de clown, la llevó a emprender un viaje que comenzó hace casi trece años. Ese fue el inicio de muchos otros viajes más dónde, inmersa dentro del traje de una payasita con pollera, encontró una conexión importante que evoluciona con cada público que la aprecia y se identifica con la viajera.

¿Cómo es este trayecto de pasar de una profesión, un tanto encasillada o invisible, que no tiene la retribución que podría necesitar, a algo que te hace visible ante un público?

“Llegó un momento en el que, cuando estaba empezando en el clown, estaba peleada con el periodismo. Ahora lo tengo más equilibrado y estoy consciente de que mi payasa es comunicadora también. Como artistas escénicos tenemos esta labor de comunicar y decidimos comunicar ciertos mensajes. Lo que queremos transmitir.

La teoría del periodismo es muy hermosa, pero cuando te das cuenta de la realidad – se ríe – es un poco duro y frustrante que realmente quieras ser el cuarto poder, consciente, y no lo puedes hacer. No se te permite. No tienes herramientas, ni dinero, ni contactos.

Entonces creo que por eso estaba peleada, pero una cosa que me gustó mucho fue la radio,  comunicar y poder hacerlo sin que fuera aburrido. Porque el periodismo no tiene que ser aburrido. Tiene que ser coloquial y cercano.  

Yo me licencié con el tema de radio. Cuando hice mi exposición tuve algunas fallas, pero también hablé desde mi experiencia como periodista de radio. En el feedback me dijeron: “tuviste algunos errores teóricos y fechas, pero lo bueno fue que nos mantuviste entretenidos todo el tiempo, escuchándote. Mantuviste la atención y eso es importante para un comunicador”.

Mientras se pinta, poco a poco se marcan las siluetas de su personaje, que a cada pincelada cobra vida y se apodera de ella. Los dos círculos sobre las cuencas de sus ojos y el monte fino de su barbilla comienzan a dar vida a la payasa. Con una brochita se polvea suavemente el rostro mientras, mirándose en el espejo, hace toda clase de muecas para no dejar suelta ninguna facción.

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Para ti ¿Qué representa el clown?

“El Clown me ayudó a terminar de quererme y apreciarme. Yo soy muy chiquita y durante mucho tiempo viví acomplejada de mi tamaño. Pero el clown me da un sentido de orgullo porque es una característica particular que mi payasa sea así. Es muy adorable, incluso puede ser mala, pero al ser chiquita es adorable.

En la vida cotidiana esos aspectos son dolorosos. En el clown ello puede ser más doloroso aún, pero lo atraviesas y te reconcilias, y eso me da mucha valentía, porque pararte a hacerte la tonta delante del público puede parecer fácil, pero no lo es. Hacer comedia no es tan fácil, porque primero te tienes que ridiculizar tú, contigo, con lo que eres, para poder hacer otras cosas como viajar. Eso me ha traído hasta México. Te abre la puerta a muchas posibilidades.

De niña soñaba con ser cantante o bailarina, de manera profesional quizá no lo puedas hacer, pero mi payasa sí. Ella es cantante, bailarina, abogada, ingeniera, doctora. Es allí cuando existe una reconciliación de mi niña. Me permite hacer cosas imposibles.”

¿Crees que es importante solidificar esta parte de la ridiculización para no verte vulnerable ante los demás?

“Sí. La sociedad es dura, vivir es tan duro que tenemos que adentrarnos tanto dentro de parámetros sociales que vamos adoptando máscaras, y esos roles se hacen definitorios en nuestra vida.

Cuando somos niñas y niños, jugamos un montón, sin filtro, sin que nos importe, y cuando vamos creciendo nos dicen ‘no te rías, no te rías tan fuerte, no llores; no te hagas el tonto, no te hagas el payasito’… Nos van reprimiendo, [la palabra] se usa incluso como insulto.

Hay un alivio tan fuerte en permitirte ser ridícula, en reírte de ti misma, que es muy poderoso y te reivindica: Si hago algo y me sale mal, está bien porque el clown encuentra el éxito en el fracaso. En el Clown si fracasas la gente se ríe (…) en lugar de estar llorando en tu cuarto, la gente te abraza y te dice: ‘todo va a estar bien’ y te duele menos. Como aquella frase que dice que ‘la pena entre dos es menos atroz’.

Nos enseñan a reprimir tanto tiempo que no nos permitimos mostrarnos vulnerables ante el otro. El clown no juzga qué está mal y qué está bien; solamente es. Es habitar las emociones. El maestro Luis Regalía dice: ‘el clown es la inocencia con experiencia’, porque rescatamos esa magia que tenemos de niños.”

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“Sí, por eso el clown conecta tanto con el público. No es porque alguien salga así a la calle -menciona su pelo enmarañado y su vestimenta-. Algunas personas tienen su refugio, su lugar feliz. Para mí también lo fue, pero ahora es mi vida.

Lo que no comparto es que el Clown sea una terapia. O sea, sí hay una transformación. Yo misma no soy la misma que fui antes de haber hecho clown, si nunca hubiera estado en ese taller hubiera estudiado una maestría en recursos humanos – se ríe -. Pero está bien permitirte ser de otra manera y habitar esos espacios que te enseña el clown. El aquí y el ahora. Pero no es una terapia.

Hay muchos que mandan a gente con traumas a tomar clown, los docentes no necesariamente somos psicólogos. Los artistas escénicos enseñamos la sabiduría del clown. Sí hay una transformación, pero cuando lo quieres tú. A veces el cerebro es tan loco que cuando vas con ese fin no terminas de descubrir tu personaje. Hay un bloqueo. Pero cuando vas porque quieres aprender o pasarla bien, algo cambia. Es también un viaje, sólo que hacia a tí.”

Mientras platica, sentada sobre el escenario, la luz le baña el rostro completamente pintado. Su personaje presume un pequeño gorrito tejido prensado en su cabello, a propósito enmarañado. La luz dibuja la silueta de la nariz de goma, las marcas de los hilos que lo aprietan hacia las mejillas, y entre los flecos desarreglados se asoman dos cejas dispares pintadas que caricaturizan al personaje.

Ella porta orgullosa su pollera guinda, sobre su pollera azul, sobre fondo de encajes; su fajín ceñido y sus pompones; el chalequito negro de orilla café sobre blusa blanca, con su preciosa caja viajera a su lado que guarda muchas cosas en desorden, entre ellas el diminuto cofre donde custodia con amor aquella nariz de goma.

Mientras se caracterizaba, comentó que cada vestimenta fue conseguida en un viaje diferente y que ello le daba un poco de todos los lugares. Era como una payasita mestiza, que buscaba desapegarse del ‘europismo’ del clown.

¿Por qué te nació esto de intentar ‘deconstruir’ al payaso europeo y ‘latinizarlo’?

“Yo creo que viene desde el mismo dolor. Yo viví en Lima, capital de Perú, un lugar donde la discriminación es muy fuerte. Yo misma rechace en algún momento mi origen andino, a mi abuelita que hablaba quechua y usaba polleras y trenzas. Nace de esto mismo de perdonarme por eso que hice de autodiscriminarme. De la duda de si estoy haciendo alguna apropiación cultural, porque no sabía si al utilizar la pollera me apropiaría o insultaría a mi abuela.

Encontré esto que es la reivindicación. Si a mi abuela, que fue indígena quechuahablante, no la dejaron ponerse polleras; yo, hija de provincianos viviendo en Lima, puedo ponerme esa pollera.

Cuando empecé a hacer clown dejé a la periodista y su origen andino, solamente fue el clown europeo. Fue una reivindicación mía que la música andina que escuché de niña la fuera a usar para mis ensayos (…) Busco habitar y ser parte de las personas. Cuidar que no sea apropiación. Hay muchas similitud porque fuimos conquistados por el mismo España. También hay una resistencia a lo español, pero a la vez estoy aquí, fuisonadísma, sí como mi clown es fusionadísimo.”

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“Sí. Y también es doloroso. No es fácil reconocer que me avergoncé de mi abuelita y atravesar eso es importante, pero no se habla. Y creo que si en el clown puedes decir que algo te avergonzó… Lo vas a jugar. Creo que cuando los payasos se construyen son más poderosos.

La maestra con la que tomé masters clases, Paloma Reyez, brasileira, vive en Perú y parte de la música que usaba para entrenar era en portugués porque llevaba parte de su identidad. A veces no somos muy conscientes de eso.

En un momento puse reggaeton pero no lo usaba para mi payasa, pero si a mí me gusta ¿por qué mi payasita no puede ir con su pollera y ponerse a perrear? Y es muy gracioso para la gente, porque todos somos contradicción, solamente que no queremos serlo. Y mientras más luchamos por no ser contradictorios más tontos nos vemos. 

Pero ¿y si mostramos nuestra contradicción con tanto orgullo? porque somos herencia de una contradicción. Nuestras culturas prehispánicas vivían en competencia o mestizada ya, y luego vinieron nuestros amigos españoles a imponernos cosas (…) Somos una contradicción hermosa… Latinoamérica.”

¿Te has puesto a pensar que la gente no se ríe de ti sino de sí misma porque se ve reflejada en ti?

“Sí. Yo misma. En el stand up, que es una técnica de comedia, le llaman ‘inside’ cuando dices algo que va a resonar en el público porque le ha pasado. El clown también tiene un montón de eso. Una vez hice un número de una payasa que preparaba un picnic y nunca llegaba nadie, entonces la gente se reía por el sufrimiento de la payasa.

Obvio¿a quién no le ha pasado que preparas algo con tanta ilusión y no llega… Hay una parte cuando llegaba al cementerio a pedirle perdón a mi abuela y amigo, y lloro. Y entre esa risa y llanto la gente está. Nosotros nos dimos cuenta del poder de la obra porque la gente se acercaba y decía: ‘me he acordado de mi abuelita. Yo también he sido una ingrata con ella. ¡Gracias!’. Al final entre personas estamos conectados, solo falta ponerlo en el escenario para que se vean.”

¿Qué significa para ti cuando la gente te dice “gracias”?

Yo siento que con eso ya… me puedo morir mañana (…) Cuando a alguien le haya calado y se haya identificado me da mucho confort. Para mí es muy importante lo que haya resonado en las personas. El ver a mi papá más reconciliado con sus raíces, para mí eso es suficiente, porque vio que yo lo hice. Eso es lo que significa para mí.

La payasita, después de dar esta entrevista y dejarse tomar unas fotografías, se quitó el maquillaje más rápido de lo que se tardó en ponerlo, y de nueva cuenta estaba ella, iluminada por la luz sobre un fondo oscuro, con su sonrisa dibujada y su pelo enmarañado. Illaq Miski quedó guardada debajo de la máscara del día a día, esperando el momento de salir de nuevo y viajar a través del júbilo de su público una vez más.