La vida de las mariposas durante la “nueva normalidad”

Mariposas es el nombre que se utiliza de manera romántica para referirse a las trabajadoras sexuales. No es un término generalmente usado en la prensa local, sin embargo, es una máxima que define cómo la sociedad necesita de un nombre para referirse a quienes aún hoy en día son objeto de tabú y cosificación.

Un día acompañé a mi madre a comprar cosas para la venta, materiales esenciales para la elaboración de los cubrebocas que tan indispensables son en esta “nueva normalidad”.

En Tlaxcala es a veces difícil hallar los materiales necesarios, pero en Puebla es donde los insumos se pueden adquirir en mayor variedad y a un mejor precio, por ser la ciudad más grande y cercana a nuestro estado.

En nuestro recorrido, anduvimos por muchas de calles, invadidas por un silencio atípico para una urbe como esa, provocado por múltiples calles bloqueadas que impedían el acceso al centro de la ciudad.

Allí, los ciudadanos poblanos, algunos enajenados todavía por la realidad de la pandemia, caminaban por las banquetas que también estaban ausentes del cúmulo de comerciantes ambulantes que siempre las atiborran; los grafitis y la arquitectura colonial descuidada eran más apreciables que de costumbre.

Después de un largo recorrido, y con las manos ocupadas, llegamos a la última parada. Mi madre se metió a comprar a un comercio de telas, dejándome a fuera, pues los pocos comercios que están abiertos advierten el uso de tapabocas, gel antibacterial y que solo una persona por familia puede ingresar.

Nosotros dejamos reclinadas nuestras cosas en el arco de un ventanal de aquel comercio, dónde me había quedado parada para cuidarlas, y junto había una chica de pelo teñido que mascaba chicle para pasar el rato.

Mientras pasaban los minutos me percaté de que esa chica no esperaba a nadie en ese comercio o en algún otro, estaba recargada en la pared, sosteniéndose con una pierna para descansar la otra, al mismo tiempo que deslizaba su dedo sobre el teléfono móvil.

>>>  Segob encabezó Foro de Consulta Estatal del Plan Nacional 2019-2024

La intuición me hizo sentir que no estaba parada en un buen sitio ni en el mejor momento, sin embargo, en esos eternos minutos me percaté de que la gente, en especial los hombres, me diferenciaban de aquella muchacha. Yo llevaba puesta una gorra, una sudadera holgada y un tapabocas, mientras ella vestía con un mallón negro y una blusa muy escotada, cargando únicamente su bolso cuyo adorable adorno era una muñequita con minifalda de animal print. 

Ahora estaba claro, era una mariposa.

En esos momentos, mientras la gente transitaba frente a mí, me percaté de sus miradas. Las mujeres pasaban con sus esposos; los esposos veían a la muchacha intentado que sus mujeres no los pillaran, mientras las esposas o parejas también le observaban, al mismo tiempo bajaban la mirada para no prestarles atención.

Ese era un comportamiento similar al de cualquier urbe, dónde los ciudadanos prefieren negar la realidad de la gente sin hogar, de los que quedan tirados en las calles, o de los que piden limosna. Era el reflejo de esa realidad que está allí, que es incómoda para otros, que lastima a todas las mujeres y que es constante, pero que nadie quiere ver.

También observé que la chica al otro lado de la calle también era una mariposa, esperaba en la primera hilera de coches estacionados, sin importarle la resolana de un día nublado, con mallón, blusa escotada y pies requemados por el uso de sandalias, y sin tapabocas.

Con aquella otra mariposa me tocó ver otro tipo de comportamiento. Un sujeto se le acercó, con una mirada nerviosa y una sonrisa de pena, para conversar con ella. Ella le sonreía <<hasta pensé por un momento que se conocían>>, entonces la mariposa recogió su bolso del suelo, junto con su botella de agua, y lo siguió hacia el lado de la calle donde me encontraba, perdiéndose entre la multitud.

Justo en esos momentos de impaciencia y zozobra, por estar en una situación un tanto incómoda e inquietante, un sujeto salió del comercio de junto y escuché como saludó a la mariposa a mi lado, y ella le respondió – ¡Adiós, joven! -.

>>>  REALIZA SEDIF MÁS DE 50 ACCIONES EN LOS PRIMEROS MESES DE GOBIERNO

En ese instante me di cuenta que ese era su lugar, esa era su vida, su rutina. Todos los días se paraba en el mismo sitio a la espera de clientes. Aquella rutina la había convertido en parte de la arquitectura, el ornamento viviente que entabló amistad con los comerciantes varones cual homólogos; mientras ellos venden chucherías, telas, veladoras y otras baratijas, ellas venden su cuerpo.

La espera por fin había terminado. Mi madre salió con más mercancía y con dificultad nos la pudimos llevar entre las dos. Me despedí con el pensamiento de mi amiga silenciosa, que no me tuvo que contar su vida obvia (obvia en el contexto sociocultural y de estigmatización de la que son objeto, incluso de otras mujeres) pero que sin embargo me provocó empatía, porque las mujeres estamos propensas a ser convertidas en objeto de consumo y no por decisión propia.

Nos dirigimos hacia el norte, mientras mi sorpresa se acentuaba con cada paso.

En esa misma calle había más mariposas, reconocibles cuáles faros en una oscuridad de indiferencia; ellas estaban ahí paradas, con el mismo “Outfit”. Era como un hábito para la mujer de la calle; mallón, blusas escotadas, sandalias o tacones, con rostros acostumbrados a las miradas furtivas y sin tapabocas, porque su identidad no es de ellas.

Los hombres, como cazadores, las asechaban. Me tocó ver cómo una de ellas rechazaba a un individuo, a pesar de que ella estaba de espaldas a mí, pude ver su cabeza menear de lado a lado y al hombre que se alejó con una sonrisa simplona, <<quizá aquel hombre había intentado regatear a la marchanta y ella dijo que no>>.

>>>  Catrinas "Miss Teen Universe Tlaxcala 2020"

Así, muchas de ellas, recargadas en las cortinas de los comercios cerrados, paradas en la mugre de esa ciudad descuidada y llena de basura; estaban en hilera, distintas entre la multitud, ofreciendo lo más valioso que poseen por razones quizá distintas, pero empujadas por una cultura que está normalizando cada vez más la trata de personas.

Mi madre y yo vimos que unas entraban a un hotel de nuestro lado de la calle, mientras al otro lado, un poco más lejos, una mariposa y su cazador entraban en otro hotel, hacia el estacionamiento donde el hombre sacaba su billetera y ella se encaminaba hacia un cuarto. En ese momento, lamenté tener las manos ocupadas y solo un celular como herramienta.

Nunca en mi vida había sentido tanta confusión, no sólo por ver tantas mariposas, sino por la normalidad con la que sus ciudadanos se han acostumbrado a su presencia. Era el vulgo y entre éste, ellas; criaturas que ya no son nocturnas, sino que trabajan durante el día, a la luz del sol, expuestas como objetos de un consumo cada vez más habitual, pero no por eso menos peligroso para ellas.

Terminamos por salir de aquella calle y cruzamos a la siguiente. Ahí ya no había mariposas, solo la misma mugre y más casas viejas. Recordé haber visto algunas en otros puntos de la ciudad, pero eran solo una o dos por calle. Esta vez, tan solo en aquel pedazo de ciudad, en la calle 14 Norte, entre la 5 y la 7 poniente, se encontraba el prado de las mariposas.

Mel-Atl