Solitario y cansado; así es la jornada de adultos mayores con empleo informal

Foto: Cámara Oscura // Alejandro Ancona

Después de un solitario y cansado día, doña Gude, vencida por el sueño, se acuesta en un rebozo negro sobre el suelo. Ella sabe que las asas de colores tienen la altura para ocultar su figura, además, desde hace rato que no se asoma nadie para preguntar el precio de alguna artesanía.

Un helado soplo permea entre el calor del verano, seguido por un nubarrón espeso que advierte una tormenta sobre el cielo tlaxcalteca, pero mientras no caen gotas, la mujer de cabellos plateados y pies descalzos se acurruca frente a la fría piedra de un hotel en el centro de la ciudad.

Doña Gudelia Santos, o Gude como le dicen de cariño sus hijos, despierta por el ruido de un fotógrafo inoportuno que le compra una bolsita tejida con fibra de pet. Se sienta sobre su banquito portable y platica.

Foto: Cámara Oscura // Alejandro Ancona

Mientras conversa, unas mujeres opulentas de pieles blancas y cabellos teñidos de oro se detienen a preguntar por el precio de las artesanías, pero, aunque regatean y hacen chanzas, terminan por no comprar nada y se alejan.

De nuevo en compañía del fotógrafo y sus dos amigas, ella narra su proceder y su quehacer mientras termina de tejer una bolsita; la cual teje como si sus dedos tuvieran ojos propios. Al mismo tiempo ella platica su pesar.

Había llegado hacía unos días a Tlaxcala desde Huajuapan de León, en Oaxaca. Al igual que otros artesanos paisanos de su pueblo natal, llegó para vender sus productos en la capital. Unos días antes estuvo en la ciudad de Puebla.

Foto: Cámara Oscura // Alejandro Ancona

A sus 66 años de edad, e indispuesta a quedarse en su casa a ver los días pasar, ella se arriesga en estas grandes ciudades, donde los trabajadores de los ayuntamientos suelen amenazarle con retirarla o quitarle sus pertenencias por no tener un permiso para vender.

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Sin embargo, ella se mueve, camina para ofrecer o se sienta en otro lugar para continuar con su venta, pues necesita recuperar el costo del viaje -500 pesos por la ida y vuelta- y llevar el resto a su casa. Todo lo hace con mucha paciencia.

Lleva 40 años dedicándose al comercio, dónde la principal fortaleza es la paciencia.

Aquella mujer, de sonrisa amable, comparte su acento natal en una voz tímida que se opaca con el trotar de los autos presurosos. Ese español en cantadito torpe deriva del mixteco que se habla en aquella región.

En su plática, tan tenue y llena de memorias, llegan dos recuerdos que le humedecen los ojos; el primero es el motivo de su viaje. Ella recorre grandes distancias para poder obtener ingresos pues, aunque sus tres hijas mayores ya tengan maridos, sabe que el dinero no alcanza.

Foto: Cámara Oscura // Alejandro Ancona

El otro recuerdo es el de su hijo, el único varón que tuvo. El rebelde y empecinado al que por tercera vez le encierran por intentar cruzar la frontera norte.  

Ella comenta, con ese nudo triste que opaca aún más su acento, que no entiende la necedad de seguir arriesgando su vida por viajar a Estados Unidos. No tiene idea de donde está él o si está bien.

No hace mucho que su hijo le habló para decirle que tiene seis meses encerrado en el gabacho y aún le faltan 60 días para salir.

Recuerda las palabras de su hijo. A él le preocupa que a sus 31 años aún no tiene pareja ni un trabajo. No quiere tener una mujer si no tiene con qué mantenerla, pero Doña Gude le insiste que en una relación se deben de apoyar ambos, como ella y su marido.

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“Si el hombre no puede, está la mujer. Si la mujer no puede, está el hombre. No nos vamos a dejar morir de hambre”.

Foto: Cámara Oscura // Alejandro Ancona

De nuevo solloza, recuerda que su hijo le pide no llorar “pero como no voy a llorar si eres pedazo de mi carne, eres mi sangre (…) yo te pienso y me duele mi corazón”.

De pronto le llega el recuerdo del otro varón de su vida, su nietecito, al que quiere como a un hijo. Ella se siente orgullosa de que el niño entiende la lengua mixteca y de que no se siente avergonzado de hablar el idioma de su abuela.

Solo quiere volver pronto para ver a su familia.

Después de dejar que la única gota de sal se escape de uno de sus ojos, otras gotas finas se escapan de aquel nubarrón espeso. El viento sopla fuerte, el polvo se mete en los ojos y los ciudadanos comienzas a escabullirse a sus madrigueras.

El fotógrafo se despide y mientras aún no anida el agua en las cuencas de la ciudad, ella recoge paciente sus cosas.

Coloca las bolsas más chicas dentro de las más grandes, introduce los chiquigüites entre los canastos con asas, hechos de palma, y recoge su banquito.

El rebozo que la había cobijado en el suelo, ahora arrulla a los canastos. Cuelga en sus brazos las bolsas y camina hacia la calzada del Ex convento de San Francisco, para ver a su marido que la espera para irse juntos al cuartito que les rentan por 500 pesos. Mañana se irá a Oaxaca para volver a los brazos de su nieto.

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Foto: Cámara Oscura // Melisa Ortega

Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en 2018, en el país, tres de cada cuatro adultos mayores a los 60 años trabajan en condiciones más precarias sobre el resto de la población.

Son más de 5 millones los adultos mayores que se ven en la necesidad de emplearse de manera precaria en el país, de los cuales, 3 millones 665 mil, es decir, el 74.2 por ciento, trabaja de manera informal, sin prestaciones básicas.

Además, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política y Desarrollo Social (Coneval) en el último corte del 2017, cuatro de cada diez adultos mayores se encuentran en situación de pobreza, es decir, el 41.1 por ciento de este sector. En este sentido, el 34.6 por ciento vive en pobreza moderada mientras que el 6.6 por ciento vive en pobreza extrema.

Foto: Alejandro Ancona
Texto: Melisa Ortega