Es el día del refugiado, la casa de Dios se transforma en el refugio del migrante; su ilusión es atravesar el país que ahora rechaza a los extranjeros, pero solo a aquellos que no portan grandes billeteras.
Según la Real Academia Española, la migración consiste en el “desplazamiento geográfico de individuos o grupos, generalmente por causas económicas o sociales”, mientras que a la xenofobia la misma academia la define como “fobia a los extranjeros”
En el albergue “La Sagrada Familia”, ubicada en Apizaco, Tlaxcala, el colectivo Caracol Artístico prepara una serie de actividades con las que pretenden dar a los hermanos del sur una bienvenida cálida, para recordar un poco de lo que representa la familia.
La historia intenta datar la llegada de los primeros hombres al continente americano hace alrededor de 30 mil años; explica que grupos nómadas atravesaron el estrecho de Bering provenientes de Asia. Aquellos nómadas se asentaron y crearon grandes civilizaciones como la Inca, la Maya o la Mexica.
Justo al medio día, los integrantes del colectivo se dividen en pequeños grupos para realizar diferentes tareas, mientras unos recogen la tierra para despejar el costado de la cancha de baloncesto, otros dan los últimos detalles a la “trumpiñata” que será partida durante la noche. El resto termina de elaborar los tamales para el convivio que se dará en las próximas horas.
No se sabe con exactitud, pero el Códice Boturini establece que en el año uno pedernal, personas provenientes de un lugar llamado Aztlán, ubicado en algún lugar al norte, decidieron migrar al sur a poblar nuevas tierras encomendados por el dios Huitzilopochtli, para formar lo que más tarde sería la gran Tenochtitlan.
Denis está sentado en una silla, tiene entre sus brazos a una niña. Acababa de ayudar en la cocina. Ángel se dispuso lavar sus prendas en el lavadero que el albergue tiene para uso de los migrantes. Delmar práctica básquetbol con los visitantes y otro joven domina el balón con sus pies descalzos.
En el año 1519, Hernando Cortés llega por vez primera a la isla de Cozumel; su llegada desencadenaría los eventos de la histórica conquista del imperio mexica en 1521 y la posterior creación de la Nueva España, territorio al que llegaron extranjeros, blancos y barbados, para colonizarlo.
Pareciera estar todo en calma, pero la bestia hace cimbrar los paredones de concreto y el suelo con su potente rugido. Apenas se ven pocos huéspedes, pero la hora de la comida hace salir a los pocos hermanos que se dispersan en todos los rincones del albergue, para unirlos en una fila donde podrán tomar cada uno un alimento hecho con manos voluntarias.
En 1591, 400 familias de origen tlaxcalteca, una de los grandes pueblos sobrevivientes de la conquista, comienzan una migración masiva hacia el norte para colonizar y “culturizar” nuevos territorios en nombre de los españoles, quienes pretendían expandir su dominio y pacificar a los pueblos originarios que habitaban esas tierras.
Denis, es uno de los migrantes voluntarios que ayudó a preparar la comida. Lleva dos meses en el albergue pues se quedó a trabajar en México al encontrar una buena oportunidad. Él no quiere hablar de la razón que lo trajo a este país, pero su principal motor que lo mantiene aquí es mandarle dinero a su mujer y sus dos hijos que se quedaron en Honduras. Denis tan solo tienen 19 años.
Durante el período Virreinal, miles de mujeres y hombres procedentes de África fueron traídos por la fuerza a la Nueva España para fungir como esclavos; su presencia -aunque olvidada por la historia- dio origen a los afrodescendientes mexicanos y creó en México una tercera raíz.
Denis ayuda con varias de las tareas que se requieren en el albergue, como atender a los que llegan, pero no puede dejar a un lado a la pequeña niña que carga entre sus brazos. Es la hija de su amigo, Vanessa, a quién trata como si fuera suya.
En el siglo XIX se dieron grandes movimientos masivos de inmigrantes que llegaron a México. Mientras en el norte los estadounidenses poblaban Texas, en el resto del territorio, por la apertura de la inversión extranjera en el país, llegaron inmigrantes procedentes de Europa, Asia y América del sur.
La pequeña Vanessa juega y platica con las chicas del colectivo que terminan de adornar la piñata que tiene forma de tren, mientras en sus manitas carga un juguete con forma de locomotora con sus vagones, una alegoría a aquella cosa que la trajo hasta la “Ciudad Modelo”.
Fue el 1º de marzo de 1866 cuando se entregó un informe detallado de las tierras y feudos de Apizaco, donde se daba pauta a colocar los primeros de rieles del tramo Apizaco-México. Trabajadores y empresarios procedentes de otros estados, establecen un campamento provisional en la región. Aquellos forjan las bases de lo que sería la próxima “Ciudad Modelo”.
Pasado las tres de la tarde se escucha de nuevo el rugir del tren que lentamente llega a su lugar de descanso; está vez la bestia está cargada de polizones que se bajan y se aglomeran en fila frente a la puerta del albergue. En sus bocas no hay otras palabras más que aquellas que nombran lo que el cuerpo clama tras un largo viaje sin descanso hasta la ciudad rielera.
En ese mismo año, se fundan las primeras casas habitacionales y se construye la Estación de Apizaco. La historia del ferrocarril que transitaba por sus venas de metal, comenzó únicamente con el transporte de mercancías para después volverse un vehículo para las personas.
Los viajantes se comienzan a concentrar frente al portón del albergue y de inmediato los voluntarios -identificados por sus chalecos cafés- se ponen en marcha; en la cocina dan la orden de preparar comida para cuarenta personas. Los tamales, esta noche, tendrán quién los devoren.
A partir del año 1937, miles de españoles llegaron a México exiliados por la Guerra Civil; los mexicanos les dieron la bienvenida y el presidente Lázaro Cárdenas promovió la protección a los exiliados. En Tlaxcala, algunos adquirieron buenos empleos, lo que ocasionó el descontento de los pobladores, quienes de manera despectiva les llamaban “los refugiados”.
Afuera del albergue se reúne a los migrantes en dos filas, los que van de paso y los que se quedan 24 horas; mientras más hermanos se juntan, Denis los observa desde el bordo alto que sostiene los rieles. “Está cabrón” dice, pues algunos llegan en familia y entre ellos llevan a niños pequeños. “Es un riesgo, la vida es así”, dice Denis.
Desde el año 1940, campesinos procedentes de las regiones rurales más apartadas comienzan a emigrar a las ciudades, donde hay una “mejor calidad de vida”. Las ciudades que tuvieron mayor crecimiento demográfico fueron México, Guadalajara y Monterrey.
Denis está parado a un costado de la vía, recargado en una de los durmientes que la empresa ferroviaria mandó a colocar de manera vertical para contener el descenso de los migrantes, aunque los que viven en la Colonia Ferrocarrilera saben que funcionan mejor como una trampa, donde llegan a perder extremidades e incluso la vida.
Entre los años de 1986 y 2005 se produjo un gran flujo migratorio de mexicanos hacia Estados Unidos, esto propiciado por el desastre financiero del año 1985.
Los migrantes esperan pacientes mientras son atendidos por los voluntarios. Se sientan sobre el concreto, recargados en la pared. Algunos no les importa posarse sobre las vías de metal. El sol, imponente, parece no afectarles pues llevan sus pieles requemadas, sus zapatos están desgastados y sus labios reclaman la sed que se aguantan durante varias horas o días.
El 13 de junio de 2019, el ayuntamiento de Apizaco mandó a colocar una malla “anti migrantes” con el fin de detener o más bien justificar la creciente delincuencia en la ciudad. Esto provoca que entre los habitantes se prolifere la xenofobia y el racismo.
Denis fue uno de los que votó en una plataforma digital para que fuera quitada la malla “anti migrantes”. La mayoría de los residentes se quejan de que ellos no son los causantes de la delincuencia. Esto causa que las donaciones al albergue disminuyan.
La colocación de la malla anti migrantes parecía el producto de la paranoia colectiva, pues el 7 de junio la noticia a nivel nacional fue que México no pagaría los aranceles impuestos por Estados Unidos, el resultado de la negociación con el presidente Donald Trump parecía una victoria a ciegas entre humo y palabras.
Uno de los encargados del albergue se prepara para dar instrucciones a los huéspedes; “deben dejar sus pertenencias en las gavetas, no pueden entrar con celulares, ni con armas, ni con droga; si rompen el reglamento se les pedirá que se retiren”. Comenta que debe ser duro porque algunos llegan a «pasarse».
El acuerdo para no pagar los aranceles era que México debía de contener el flujo de migrantes desde la frontera sur, una forma elegante de decir que México debía hacer el trabajo sucio por Estados Unidos y quiénes debían de pagar el precio no serían los mexicanos, sino los migrantes. Esto es un golpe para ellos.
La mayoría de los migrantes viene de Honduras, como Yasir, hombre cuyos ojos azules resaltan por sobre su piel curtida por el sol. Lleva con él a casi toda su familia, quienes se hacen compañía para no cruzar solos los lugares peligrosos, donde les roban sus pertenencias, violan a las mujeres o secuestran a las personas.
También entre los recién llegados se encuentra Miriam, una madre joven procedente de Honduras, lleva dos niñas en cada mano. Ellas aguardan con paciencia en la fila que se hizo para alimentar a los recién llegados. Sus dos hijas miran el entorno con un rostro solemne y lleno de dudas que son mitigadas por el hambre, pero esperan pacientes para recibir comida o atención médica.
Los migrantes continúan su arribo a las instalaciones del albergue mientras la noche se cierne sobre la ciudad rielera. En el patio detrás de la Parroquia de Cristo Rey, los curiosos se aglomeran.
Las piñatas son colgadas, entre estas la Trumpiñata, creada para darle a los migrantes el placer de romperle la cara al presidente Trump.
Delmar y otro joven no entienden las costumbres mexicanas de la canción para romper la piñata, por lo que le ponen fin rápidamente. El mismo destino reparó sobre el pequeño tren de papel.
Por un momento el patio es testigo de la avalancha humana que con brazos y piernas buscan el preciado premio que viene dentro de las criaturillas de papel, los dulces.
Al terminar las risas y los juegos, los migrantes poco a poco se devuelven a sus mismas preocupaciones. Cruzar a salvo la frontera, lejos de aquel hogar que les dio la espalda.
Texto y fotos: Melisa Ortega